Lecturas que comentamos en clase:
- “La experiencia moral como punto de partida de la reflexión ética”. Del libro Ética general (6a. ed.) Ángel Rodríguez Luño. Editorial EUNSA, páginas 51-53. Enlace para su descarga.
- Renovación del hombre y de la cultura: cinco ensayos. Edmund Husserl. Página 29 y 30 (del libro en papel). Enlace de descarga.
- Decíamos que la ética presupone una experiencia moral. No es una ciencia que se base en postulados sino que supone una experiencia moral determinada.
- Dijimos también que existe la experiencia externa cuyas fuentes las tenemos en la literatura, en la historia, etc.
- También vimos el objeto de la ética, ¿cuál es el objeto material de la ética? Son los actos humanos pero también los hábitos adquiridos con los actos.
- Se habló también del carácter, del ethos. Como complexión moral de la persona. Cada uno tiene su carácter definido. El carácter es ético en la medida que se forma a partir de los hábitos, y los hábitos son éticos porque en su origen están los actos. Los actos libres son los primero, luego son los hábitos, luego el carácter. Pero no todas las acciones son igualmente conscientes. Puede ser que adquiramos hábitos sin que nos lo propongamos.
- ¿Cuál dijimos que era el objeto formal específico de la ética que la diferencia de otros saberes? Es el carácter normativo (normatividad moral). Estudia los actos humanos desde el punto de vista de su justificación moral. Si deben ser de una manera u otra. ¿En qué se diferencia la normatividad moral de otras normatividades como la jurídica o la estética? Esto nos lo explicará el texto de Husserl que ahora después vamos a leer (el segundo texto).
Vamos a leer los dos textos.
Primer texto: “La experiencia moral como punto de partida de la reflexión ética” (página 51 del libro de Ángel Rodríguez Luño). Enlace para la descarga.
"La primera pregunta acerca de la constitución de un saber versa sobre su punto de partida. Ya sabemos que la Ética, como estudio filosófico de la vida moral, presupone la vida moral. La vida moral es lo primero; la reflexión filosófica sobre ella viene después. Esto significa que el objeto de la Ética, así como la necesidad de estudiarlo, no es puesto por otro saber, con el que la Ética debiera enlazarse deductivamente o, en todo caso, especulativamente. El problema moral se plantea originariamente por sí solo o, mejor, surge porque el hombre es un ser moral, y lo es antes de ser un estudioso de Ética o de cualquier otra disciplina científica. La Ética goza, por tanto, de un punto de partida propio y específico, que llamamos experiencia moral.
Pero la experiencia moral es sólo el punto de partida de una reflexión filosófica ulterior. No se pretende insinuar que todo lo que de hecho podemos encontrar en la experiencia moral sea verdadero, ni tampoco que la Ética deba limitarse a expresarlo filosóficamente 1. Lo que se desea advertir es que cuando el filósofo fija su atención en la «moral vivida» para explicitar e iluminar su estructura y contenidos mediante la reflexión crítica, ha de poner extremo cuidado para no olvidar, en el paso al nivel reflexivo propio de la Filosofía, ninguna de las condiciones específicas del ejercicio directo de la razón práctica en la vida moral 2, incluso en el caso de que esas condiciones no fuesen igualmente importantes para el ejercicio reflexivo de la razón. Así, por ejemplo, Aristóteles señaló que el desarrollo del conocimiento moral prefilosófico requiere la educación y el equilibrio de las tendencias humanas, porque el ejercicio directo o espontáneo de la razón práctica parte siempre del deseo de un fin 3. Desde un punto de vista abstracto, parece existir un círculo vicioso entre la razón práctica y el equilibrio afectivo (virtudes morales), porque cada elemento presupone el otro. Pero, en el plano real de la «moral vivida», ese aparente círculo se supera por el hecho de que la persona crece y se educa intelectual y afectivamente en el seno de grupos sociales (familia, comunidad política, comunidad religiosa, etc.) que tienen su propio ethos.
La reflexión filosófica no podrá olvidar, por tanto, que la lógica para el gobierno de sí mismo no es elaborada por cada persona a partir de la nada. Tiene unos presupuestos naturales específicos, los primeros principios prácticos, que son diversos de los primeros principios especulativos y de los que hablaremos más adelante. Tiene además unos presupuestos experienciales, en cuanto que la comprensión de las verdades éticas no es alcanzada por la sola razón independientemente de las formas de la experiencia y de las relaciones prácticas, como si se tratase de teoremas matemáticos. Es posible justificar racionalmente los deberes que los hijos tienen hacia sus padres, pero la explicación racional llevará a la evidencia sólo si se dispone de una experiencia práctica adecuada, propia o ajena, de las relaciones paterno-filiales. De nada servirían los argumentos racionales a una persona cuya experiencia de esas relaciones quedase completamente limitada a la crueldad con que fue tratada por el propio padre. A esta persona se la debería ayudar primero a reconstruir una dimensión esencial de la experiencia práctica humana.
Puesto que las formas de la experiencia práctica están ligadas a la cultura del grupo social, la reflexión ética posee también unos presupuestos histórico-sociales. Desde un punto de vista genético, el ethos del grupo es anterior al ethos de la persona singular. En cada tipo de sociedad (Estado, familia, clan, comunidad religiosa) existen fines y costumbres compartidas, leyes, fiestas que exaltan acontecimientos o personajes del pasado que resultan importantes para la identidad del grupo, símbolos significativos a los que se tributa respeto, etc. La personalidad moral del individuo se va constituyendo en un contexto ético determinado, que será siempre un punto de referencia, aunque en la medida en que la persona madura puede distanciarse críticamente, de modo parcial o incluso total, del ethos social en que ha sido educada."
Segundo texto: Renovación del hombre y de la cultura: cinco ensayos. Edmund Husserl. Página 29 y 30. Enlace de descarga.
Edmund Husserl |
Un caso especial de preferencia incondicional es el de la decisión por una vocación de vida en un sentido genuino y superior al de la profesión. Pensamos la vocación en relación con un género de valores que son objeto de amor «puro» por parte del ser humano que la siente, la consecución de los cuales valores habría, pues, de procurar una satisfacción «pura» a este ser humano. Y él está cierto de ello con evidencia. Aquí se trata de antemano de valores auténticos y reconocidos en su autenticidad, que además pertenecen a una sola región del valor, preferida con exclusividad. La vocación por ella, la entrega en exclusiva de la vida a la realización de sus valores, consiste en que el sujeto concernido siente hacia ella —hacia la ciencia, hacia el arte, hacia los auténticos valores colectivos— un amor personal de devoción exclusiva. En ello sí se anuncia una diferencia esencial respecto de lo anterior, por cuanto yo puedo respetar por entero y apreciar valores heterogéneos, pero lo que no puedo es amarlos desde el centro más íntimo de mi persona —«con toda mi alma»—: amarlos como los míos, como aquellos a los que yo mismo, tal como soy, pertenezco inseparablemente. Mas así es el arte «vocación» del auténtico artista, y la ciencia «vocación» del auténtico científico (del «filósofo»): dominio de actividades y logros espirituales al que alguien se sabe «llamado», y de manera tal que sólo la creación de los bienes correspondientes le reporte la «más íntima» y «pura» satisfacción, le traiga con cada nuevo éxito la conciencia de «ser dichoso».
Con esto hemos trabado conocimiento de ciertas formas de autorregulación universal, que sin duda pueden someterse ahora a una posible crítica, y a una que proceda desde el punto de vista de quien se ha decidido por ellas. Pues estas formas de vida se dejan reconocer como siendo en parte valiosas, en parte disvaliosas, y como siendo asimismo de un mayor o menor valor relativo. Esencialmente emparentada con ellas está la forma de vida ética, cuya caracterización ha de ser nuestra próxima tarea.
2. La forma individual de vida de auténtica humanidad
La forma de vida propia del hombre ético no es sólo la que tiene un valor relativamente más alto frente a otras formas de vida profesional-vocacional como las perfiladas en la sección anterior, sino que es la única absolutamente valiosa. Para el ser humano que se ha elevado al estadio ético, todas las formas de vida susceptibles de valoración positiva pueden seguir siendo valiosas sólo en razón de que se ordenan a la forma de vida ética y de que en ella encuentran no ya una conformación adicional sino también la norma y el límite de su último derecho. El auténtico artista, por ejemplo, no es aún, como tal, un hombre auténtico en el sentido más alto. En cambio, el hombre auténtico puede ser artista auténtico si y sólo si la autorregulación ética de su vida así lo exige de él.
Fin de la clase.
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